Quizás debemos acercarnos a estos versos como quien mira un cuadro. Resbalar en el torbellino de colores, adiestrar el ojo pero, sobre todo, sentir. Cada palabra nace de lo más profundo del pintor que a veces esculpe, otras dibuja y en los impases de su laborioso corazón, escribe. Los textos salen del alma como quien lleva la poesía en los labios y se hacen fuego al agitar la llama de la palabra. El lector puede tomarlos a su antojo, mover los sentidos y pausar las frases a su tiempo. Todo, como en el arte, lleva libertad, creación y armonía, tres palabras que identifican al poeta.

Este pequeño e insondable libro, como muchos de los textos que abriga, llega cual oasis en el desierto. La magia está en el maridaje forma-contenido, en la alianza de lo visual con la escritura. Arco de triunfo se presenta como imagen implícita de su epíteto. Es irse a fondo en el trabajo del artista polifacético. Esta vez los dibujos no acompañan poemas de otros intelectos, sino que abrigan, con dulce caricia, pinceladas secretas del pensamiento propio. El cuerpo, Aforismos y Las almas integran el corpus del hombre universal. Alberto Lescay Merencio decide desnudar el espíritu con riesgo y provocación.

No hay palabra que no incite a la meditación. A ratos, en gustosa medida, nos recuerda los aciertos filosóficos del bengalí Rabindranath Tagore. Sin embargo, hay mucho de la savia de un hombre que se sabe cubano y caribeño, amante raigal y esencialmente panteísta. En cada línea navegamos a través de sus preocupaciones más hondas, sus reflexiones personales y sociales, sus pasiones volcánicas, en fin, su manera única de ver el mundo. El diálogo entre la poesía y el dibujo vienen a confirmar la coherencia del artista que, sin fórmulas prestablecidas, se lanza al papel. No es la primera vez que esas expresiones se dan la mano, lo peculiar reside en que poemas y trazos pertenecen a la misma persona.

Como en la obra plástica, existe en la prosa lescayana inmensos paisajes, sensuales desnudos, elegidos retratos, héroes y ancestros, alegorías, amistad y el enigma de la abstracción. Su texto es visual, quizás por la dedicación de tantos años a esa rama de las artes. Ese privilegio que solo tienen algunos en su relación con el color, ha trascendido durante casi toda su vida al hecho literario, con tal magia que las palabras dibujan cuadros en nuestras cabezas o insinúan formas a destiempo. La lírica presente es la del conversador apacible con interrogantes y respuestas, expresiones y soslayos que dictaminan la perseverancia.

Espero que el lector de estas páginas perciba y escuche la voz del creador insaciable que no puede desprenderse de la fuerza del bronce, el color de los lienzos y la libertad del dibujo. Vuele la prosa discreta, sagaz y triunfante en un arco que, al igual que el paso de Las Termópilas, debemos atravesar con la calidez del alma para conseguir la victoria.

Maciel Reyes Aguilera
Investigadora y crítica de arte