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Ocho historias para un domingo
Cuando ves a Maikel Chávez venir hacia ti con los brazos abiertos gritando de alegría, no puedes dejar de reír y saltar de felicidad. Él te contamina. Si lo escuchas por la radio haciendo las voces de muchos, muchísimos personajes, te dices « ¿Cómo puede?», « ¡Qué bárbaro!». Al verlo sobre el escenario actuando y manipulando muñecos, te maravillas y lo admiras: tan buen actor y titiritero es. Si lees sus obras, comentas « ¡Qué clase de dramaturgo!». Y te diviertes, y aprendes, y lloras a veces, y cantas con sus personajes, y vuelves a reír y a saltar de felicidad… porque Maikel te contamina, te contagia, te transmite todo lo positivo que hay en él. Y como él, son sus piezas teatrales.
Cuando ves a Maikel Chávez venir hacia ti con los brazos abiertos gritando de alegría, no puedes dejar de reír y saltar de felicidad. Él te contamina. Si lo escuchas por la radio haciendo las voces de muchos, muchísimos personajes, te dices « ¿Cómo puede?», « ¡Qué bárbaro!». Al verlo sobre el escenario actuando y manipulando muñecos, te maravillas y lo admiras: tan buen actor y titiritero es. Si lees sus obras, comentas « ¡Qué clase de dramaturgo!». Y te diviertes, y aprendes, y lloras a veces, y cantas con sus personajes, y vuelves a reír y a saltar de felicidad… porque Maikel te contamina, te contagia, te transmite todo lo positivo que hay en él. Y como él, son sus piezas teatrales.
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