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En este libro no hay personajes para el odio. Los seres que habitan estas ficciones escritas desde la franqueza tienen fuerza suficiente para imponerse, aun en medio de un entorno difícil; y son capaces de profesar cualquier variante del amor, en ocasiones a través del sexo sádico, violento, dulcemente brutal. En el mejor momento extienden una mano al hombro ajeno –desde la emigración o desde la soledad– para atenuar carencias materiales o del espíritu, por eso no solo resultan creíbles, sino hasta familiares. Pero ¡cuidado!, por ser tan cercanos a la realidad, la mano colocada por cualquiera de ellos en el hombro quizás constituya un gesto falso y aparezca fiereza tras la compasión.