Nadie es perfecto. Crítica de cine

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A más de diez años de la muerte de Rufo Caballero, uno puede leer sus argumentaciones y darse cuenta de cuán proteica fue su personalidad creativa, observada como un compuesto de lucidez emocional, sagacidad analítica y comunicabilidad movilizadora. Si algo, además del cine, sirve para unificar los textos que conforman Nadie es perfecto, tendríamos que pensar de inmediato en la limpieza –de la mirada, del juicio, del entusiasmo– con que Rufo Caballero se aproxima a la formidable tentación de compartir la experiencia de lo bello, de lo singular y de lo que, en el territorio del arte, puede resultar conmovedor. ¿Cómo festejar estos textos, cómo tolerarlos, cómo disentir de ellos? Con el agradecimiento que inspiran la complacencia desde donde fueron escritos y la pasión que subyace en el remolino de sus ideas. Rufo Caballero, un Maestro como si tal cosa, ya se ha hecho diverso.

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A más de diez años de la muerte de Rufo Caballero, uno puede leer sus argumentaciones y darse cuenta de cuán proteica fue su personalidad creativa, observada como un compuesto de lucidez emocional, sagacidad analítica y comunicabilidad movilizadora. Si algo, además del cine, sirve para unificar los textos que conforman Nadie es perfecto, tendríamos que pensar de inmediato en la limpieza –de la mirada, del juicio, del entusiasmo– con que Rufo Caballero se aproxima a la formidable tentación de compartir la experiencia de lo bello, de lo singular y de lo que, en el territorio del arte, puede resultar conmovedor. ¿Cómo festejar estos textos, cómo tolerarlos, cómo disentir de ellos? Con el agradecimiento que inspiran la complacencia desde donde fueron escritos y la pasión que subyace en el remolino de sus ideas. Rufo Caballero, un Maestro como si tal cosa, ya se ha hecho diverso. No temió al trastorno de la complejidad, amó la sinceridad del laberinto, insistió en las verdades que brotan de él y lo explicó de manera que pudiésemos pasearnos por sus corredores. Hizo, en suma, lo que hace un auténtico humanista: condenar la mezquindad, subrayar la grandeza, revelar el misterio.

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Nadie es perfecto. Crítica de cine

A más de diez años de la muerte de Rufo Caballero, uno puede leer sus argumentaciones y darse cuenta de cuán proteica fue su personalidad creativa, observada como un compuesto de lucidez emocional, sagacidad analítica y comunicabilidad movilizadora. Si algo, además del cine, sirve para unificar los textos que conforman Nadie es perfecto, tendríamos que pensar de inmediato en la limpieza –de la mirada, del juicio, del entusiasmo– con que Rufo Caballero se aproxima a la formidable tentación de compartir la experiencia de lo bello, de lo singular y de lo que, en el territorio del arte, puede resultar conmovedor. ¿Cómo festejar estos textos, cómo tolerarlos, cómo disentir de ellos? Con el agradecimiento que inspiran la complacencia desde donde fueron escritos y la pasión que subyace en el remolino de sus ideas. Rufo Caballero, un Maestro como si tal cosa, ya se ha hecho diverso.

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